La puesta en escena de don Casado

La puesta en escena de don Casado es la escenificación de un ego revuelto que, sin anestesia ni nada, le perpetra a la concurrencia una dura cacofonía muy difícil de digerir. Si uno observa el paciente público que tiene detrás de sus no muy curtidos costillares, observamos que el lenguaje no verbal expresa, casi unánimemente, un hastío respetuoso que se ahorra, por lo mismo, el gesto del reparador bostezo.

Bien es verdad que la escenografía que uno coloca a las espaldas, en cada mitin, es un alto riesgo que, como tal, puede producir el efecto contrario al que uno pretende; como es el caso que nos ocupa. Ya no es que los tuyos te acompañen en esa tarea diaria de la captación del voto, sino que los tuyos propios te están escenificando un obsceno hartazgo en el rostro; un cansinismo carente de emoción, cuya rutina sin significado, le va subiendo a los ojos una huella sutil de tristeza bien pesada.

La comunicación del siglo XXI, dirigida a una ciudadanía culta y muy bien informada, no es el monólogo al que nos han tenido acostumbrados más de cuatro, con ese mensaje unidireccional que, la mayoría de las veces, no se cree ni el mismo que lo está enhebrando desde un papel leído, porque también debe cansar mucho aprendérselo de memoria. La comunicación del siglo XXI tiene que construir una historia, o storytelling, donde la ciudadanía en su conjunto sea la mayor protagonista. Enmarcarla en la esencia de sus aspiraciones; de sus ilusiones; de sus visiones de futuro; de sus inquietudes y ganas de equivaler con sus semejantes. Y a partir de ahí construir un texto honesto y decente que los haga partícipes; que no es el caso.

Don Casado, a juzgar por ésta y otras intervenciones parecidas, prefiere entrar en el bucle de la descalificación hacia el otro y el mensaje extremista, sin un ápice de pedagogía cívica que sustente el contenido. No aúpa contenidos con un mínimo de significación esencial que pudiera ser propensa al posterior debate constructivo. Es un títere sin fondo buscando el voto que se le pueda ir hacia los recovecos de la derecha extrema. Y sigue considerando a los representantes, poco menos que tontos útiles para el mero hecho de sus propios intereses.

Vivimos tiempos de mucha incertidumbre, no menos circo mediático y, por supuesto, una prisa desmesurada que se olvida muchas veces del contenido esencial de los mensajes. Un presente en el que todo vale; unas maneras ruines que van cediendo su protagonismo al camino nada constructivo del insulto. Pero es justo lo contrario de lo que estamos necesitando, con lo que no me extraña nada el lenguaje no verbal, reventón de hastío, que a don Casado le hace un patético paisaje justo a sus espaldas.

Es tiempo de momentos constructivos; de tomar a la ciudadanía por hombres y mujeres inteligentes que estén dispuestas a embarcarse en un proyecto común donde, habiendo sido escuchados previamente, sean los protagonistas absolutos de cualquier campaña. Tiempo de significados que emocionen, palabras con sustancia, proyectos conjuntos que vayan dotando a las ciudades de alma. Y no concurrir como el mayor enemigo de la democracia, pregonando demagogia. Ya lo dijo Max Weber: “El político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; mesura en sus actuaciones”. Todo lo demás es pregonar sin dar trigo; o ser un mero vocero no avalado por los hechos.

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