La prosa acompasada

Por desgracia uno se ha ido acostumbrando al lenguaje diario, muy manoseado de significados; a la expresión no exenta de dobleces y a la ausencia total de metáforas en cualquier conversación al uso. El ruido es el que capitanea las tertulias, con su abrupta cadencia y su no menos falta de tacto para la escucha cívica y activa. Es cómo si hubiéramos perdido el norte de la compostura, la brújula del sentir más acérrimo o los aperos de labrar la personalidad más reflexiva e íntima.

Pero en esas estaba cuando cayó en mis manos el nuevo libro de Fernando Aramburu: “Autorretrato sin mí” con su prosa acompasada, a la manera de Vallejo; o por qué no decirlo, con sus especiales arpegios que a mí me recordaban algunos versos de Félix Grande. Un libro hondo y musical, no apto para leer de a ratos, puesto que sus páginas te requieren desde el comienzo y las retinas van llevando hasta las galerías del cerebro esa constante y honda palabra emocionada.

Y me propuse dar las gracias a su autor por tan grata compañía; quizá de la única manera que sé; que es celebrando la existencia en torno a las palabras. Dedicar unos modestos párrafos a su bella creación; al compendio de emociones que se van hospedando en las habitaciones de la sangre; a la excelente intención de invitarte a viajar por la liana de los párrafos, cómo ya dijera Octavio Paz en su momento.

Una prosa acompasada, pues, cuya musicalidad es un germen creativo pensado para su disfrute. Una ocasión para construir, entre la dictadura de las prisas, unos paréntesis de sosiego por donde la lectura haga de las suyas. Una oportunidad de donarle a la propia emoción sus instantes de protagonismo, su pulso más certero, la presencia de su rúbrica sagrada.

Sean por dentro y vayan a sumergirse en el lírico mar de sus rotundas páginas.

1 comentario

Bonito artículo. Muchas gracias por compartirlo.

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