Mome tenía esa sonrisa, protocolaria y floja, muy curtida en infinidad de actos donde solía acudir en busca de la foto bien estudiada, arrimándose obstensiblemente al cargazo de turno que no salía de su asombro. Cuando quedaba imbuida de una solidaridad puntual y pasajera, también se acercaba a distintas manis, para exhibir allí su pose más cínica y su figura adaptativa. Bien es verdad que lo hacía durante poco rato; el suficiente para volver a conseguir la instántanea puntual y desaparecer por los márgenes de la marcada zona participativa, con el fin de disfrutar de un buen caldo en la barra del bar más próximo.

Tenía siempre una prisa interminable, rozando el punto de lo más antiestético y chabacano. Una prisa con huir hacia ninguna parte, huera de fondo y de raíz, que tal vez escondía otras profundas carencias aún no detectadas. Le encantaba humillar a los demás, considerados muy por debajo de su imaginada estirpe, tratándolos como meros objetos de capricho, dibujando así la estela que conducía a una infancia del todo inmadura.

Le gustaba sestear en su zona privilegiada de confort, cuyo peculio inmoral e inmerecido, le permitía seguir huyendo de si misma, pavoneándose entre su ego revuelto y la frivolidad abigarrada de estar contemplándose a si mima de continuo. Si veía peligrar aquel reducto de pesebre confortable, volvía a salir al exterior para mendigar unas nuevas fotos, de tal manera que ella interpretase que era la más admirada en aquellos círculos viciosos y sociales; aunque nada más lejos de la realidad, si nos atenemos a la verdad más filosófica y platónica.

Mome disfrutaba insultando a los vivos; a poder ser, cuando no estaban presentes, ni tenían capacidad para defenderse; al tiempo que se prodigaba en loas y beneplácitos para la memoria de los ausentes, algunos de los cuales tampoco es que le hubieran brindado una amistad excesiva, más allá de la educación y las buenas formas. Era feliz haciendo daño, desde su personalidad enfermiza y bipolar; pero un daño cobarde y piramidal: de arriba a abajo, dado que de abajo a arriba, se mantenía con esa sumisión que le proyectaba una genuflexión constante. La echaban de algunos lugares, una vez detectada la personalidad pérfida y dañina del personaje, construyendo así una reputación propia que daba vergüenza ajena. Y de momento gozaba de un silencio cómplice en el que nadie molestaba sus asuntos propios. De momento…

2 comentarios

Que vergüenza de personaje.

El personaje en cuestión se las trae. ¡Qué vergüenza!.

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