Al principiar la mañana y mientras tomamos un café solo y literario, un twitt de don David Martínez llama mi atención. Hace referencia a un artículo de Màxim Huerta que estremece. Narra la desgarradora muerte de su padre y, en esos momentos, mi mente pasa automáticamente de los asuntos propios al dolor ajeno. Se hace eco de esa pena que tizna, en solidaria empatía, al menos para acompañar mentalmente su dolor y hacernos cargo.
Màxim se da cuenta de que la vida a veces; no es buena, ni noble, ni sencilla y viajando por la liana compungida de sus párrafos, uno se da cuenta que va pidiendo auxilio a las palabras. Y las palabras acuden para expresar su hondo desasosiego; ese que a veces no hace sino sumar canas en las sienes y dejar el alma con un vacío inextinguible. Pero al menos acuden a su llamada; a expresar lo que, en perfecta sincronía, pupila y muñeca destilan en ese momento. La escritura como varadero de una horfandad que viene a visitarle.
La ausencia poliedrica de un padre que se marcha hacia otras residencias; el vacío descomunal que pergueña en el alma un abismo de canas y cansancio; el grito sobrecogedor que más tarde se hará pura vida acaramelado en tiempo con sustancia y recuerdos; la llamada demandando un abrazo solidario, una explicación, una tranquilidad para tanto río de lágrimas en luto. Màxim en estado puro, como escritor de raza y como persona.
Y por desgracia, nada podemos hacer para aliviar esa pena que el destino le otorga y le infiere. Sin duda son vacíos que se quedan hospedados por siempre en las hondas habitaciones de la sangre. Pero si podemos solidarizarnos con su estado, mandarle mensajes de entendimiento y ánimo, porque transcurrido el tiempo él transformará todo ello en honda y vibrante literatura. Mientras tanto, nosotros nos ponemos frente a la hoja en blanco para dedicarle un tiempo al otro, para que cualquier dolor humano jamás nos sea ajeno. Mi abrazo fraterno y mis sinceras condolencias.
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