Literatura

Umbral

Umbral

Para el inicio de estas palabras, una frase de Emilio Lledó: “Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos”. Y así fuiste tú, Umbral, desde esa ironía fina y esa prosa parda que tan bien comulgó, siempre, con el lenguaje: un inconformista de la vida.

Te seguí en innumerables ocasiones junto al perfil agridulce de tus libros. Noches de insensata lectura, a caballo entre el café que debilita al sueño, sólo para disfrutar de tu último trabajo y viajar alegremente en las lianas musicales de tus constantes metáforas. Admiraba tu lírica dramática expresada con hondura en “Mortal y Rosa” –acaso tu mejor libro- donde literatura y vida, en una copulación hondísima, llegaban ya a ser lo mismo. Me permitía aconsejar tus libros entre algún grupo de amigos –esa especie reducida que poco a poco vamos entre todos extinguiendo-, aunque bien es verdad que muchos de ellos no toleraban bien tu personaje y, como consecuencia de ello, fueron incapaces de asomarse al himno endiablado de tu prosa.

Y ahora te has ido, como yo presentía hace unos meses leyendo tu “Amado siglo XX”, dejando un poso de amargura que, supongo, será compartido con otros muchísimos lectores. Te has ido y, los que vamos quedando, como dijo Fernando Savater, “nos vamos haciendo peritos en pérdidas”, acostumbrándonos por obligación a esa desazón infinita que siempre nos causan los ausentes. Pero en este modesto rincón siempre quedará tu música entre páginas, a la espera de unas retinas que vuelvan a ponerlas de manifiesto cualquier noche, en medio del silencio acompasado y el amor incondicional que late entre los libros. Permanecerá tu pulso literario, tu amalgama de palabras extraídas de los confines amables del lenguaje, tu lírico dandismo y tu pose de personaje que a veces era fachada para preservar el cristal infantil donde guardabas los sentimientos.

Para el final de estas palabras, las que dan colofón al epílogo de tu último libro: “Umbral contempló su obra con sosiego y se tumbó a descansar”. ¡Hasta siempre, Paco!.

Publicado por Diego Cruz en Comentario de libros, 0 comentarios