Diego Cruz

Te queremos

Te queremos

A Irene, porque la vida son los gestos…

Te queremos es un plural que abriga, dos palabras que al unísono envían un himno sutil de cariño, una pincelada de ternura; un ápice de humanismo entre tanta cruda realidad y desconcierto. Las recibo a través de un DM en twitter; que acaso es una especie de reservado entre el baile incesante de conversaciones por dicha red social. Y me quedo acurrucado a ellas, cual niño grande amarrado a su infancia, porque tienen un valor incalculable, malecón donde asirse hasta que pasen las aguas turbulentas.

No cabe duda de que nos ha tocado vivir momentos inesperados, muy complicados en muchos aspectos, pero también un acicate para construir con ellos un futuro de esperanza donde los objetivos sean algo más comunes y los retos menos improvisados y más eficientes. Vamos a necesitar de un reajuste de nuestras miras y valores; una reflexión profunda de por qué o cómo hemos llegado a donde estamos, teniendo claro que, una vez tengamos las respuestas, ya se estarán formulando nuevas preguntas. Nos tocará anticiparnos constantemente a lo venidero, ayudándonos con liderazgos ejemplares que nos inviten a recorrer juntos el camino.

Es un tiempo duro donde algunos de nuestros familiares se han quedado en el camino, varados en una distancia rotunda y abismal que el destino les ha puesto de por medio. Momentos difíciles donde la presencia de la enfermedad lo acapara todo: tu atención, tu continua preocupación, la enorme tarea de saber gestionar muy bien el ánimo. Tiempos de calles vacías y silencio no deseado que puebla las ciudades; de distancias inusuales por donde no pueden hacerse efectivos los abrazos; de besos a la espera, mientras las miradas o las palalabras procuran ese salvavidas de acercamiento.

Pero también es un tiempo de esperanza; de saber estrechar lazos comunes para salir a flote. Una oportunidad para paladear los instantes de un tiempo irrepetible, calibrar en buena medida el índice sagrado de los valores intangibles, valorar todo cuanto nos rodea. Ser, en definitiva, mucho más que estar; porque si en verdad somos, estaremos mucho mejor. Y ser en modo radical; con hondura de significado, con afianzamiento de esas raíces minerales que pueden construir unas sociedades más constructivas y decentes.

Agradezco pues esa magia del “te queremos”, porque también es un síntoma de apreciada empatía. Pese a todo, te pones en el lugar del otro, te haces cargo de su particular circunstancia, le prestas tu sincero ánimo para que enseguida se reponga y camine junto a tí. Son palabras sencillas que curan, se acurrucan en tu pequeño regazo, vienen desnudas de costumbres sociales y protocolo. Son al desnudo, con su hondura de siglos, transmitiendo su más pleno sentido. Gracias por tanto.

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Comusicación

Comusicación

Los que, desde la infancia, padecemos una timidez crónica que nos hace estar volcados hacia dentro, con cierto pánico escénico y no sin cierto temor al exterior que acontece; por sentirnos algo más vulnerables, sin embargo reconocemos una envidia sana hacia las personas que saben desenvolverse como pez en el agua, socialmente, imbuidos de esa personalidad protocolaria que propaga la atención exacta ante cualquier momento solicitado y decisivo.

Traigo esta breve reflexión a colación de las líneas que escribo, porque me pasó al conocer por primera vez a Adolfo Corujo: Socio y Chief Strategy and Innovation Officer de la firma Llorente&Cuenca -LLYC-. Tuve la sensación de estar ante un verdadero crack de la comunicación que, con un lenguaje no verbal desenfadado y certero, se movía con una maestría inusitada por cualquier escenario o atril que le pusieran delante. Observándole detenidamente, veía a un relator de historias a las que él, con ímpetu y profesionalidad, les añadía ese salpimentado de pasión para hacer con su transmisión de pedagogía, un material mucho más cercano y digerible.

Y luego, volviéndome a sorprender muy gratamente, he tenido la oportunidad de asistir a una de las primeras presentaciones en Madrid de su libro: “Comusicación. Lecciones de comunicación de dieciocho genios de la música donde una nueva faceta del multifacético Adolfo Corujo; en este caso la de escritor, se me mostraba con enorme sorpresa por cada una de sus páginas.

Sin temor a equivocarme, una vez releído el libro que Adolfo ha tenido a bien en escribir, creo que estamos ante un verdadero manual de comunicación que puede servir de gran ayuda a profesionales y empresas de cualquier sector, en un mundo hiperconectado, con entornos VUCA, donde se busca afanosamente un relato vital que, preñado de propia personalidad, sea capaz de ofrecer una reputación de confianza a los distintos actores intervinientes.

Nada más abrir el libro; en el prólogo escrito por José Antonio Llorente – Socio Fundador y Presidente de Llorente&Cuenca- y otro maestro exquisito de la comunicación, ya nos anuncia el apasionante recorrido que nos deparará la lectura de sus páginas. Dice José Antonio: “Quizá no hayamos dado todavía con ese nuevo relato digital, hipertransparente e ilimitado pero, mientras esperamos una nueva manera de interpretar y de contar las cosas, el ejemplo de los clásicos sigue siendo radicalmente actual, quizá más necesario que nunca. Esa es otra gran lección que le debemos al presente libro”.

Adolfo Corujo, partiendo del trabajo y anécdotas de grandes mitos de la música cómo Bob Marley, Bruce Springsteen, João Gilberto, Sam Phillips; entre otros, nos va mostrando la posibilidad de hilvanar sus vivencias a verdaderas lecciones de comunicación; de ahí la mágica simbiosis que, desde el título: Comusicación, el autor consigue esa asociación íntima para deleite y disfrute del lector.

Estamos ante un libro, manual, construido para subrayados múltiples e interminables relecturas. Nos sirve para remarcar frases importantes que, a lo largo de sus páginas, se enmarcan como verdaderos aforismos para retener de continuo en la mente de cualquier lector interesado por tanta pedagogía constructiva. El libro nos lleva de la mano, despacio, humildemente, y su narración, impulsada por la pasión de la que le dota el autor, nos va entrelazando mundos y anécdotas para hacer de la comunicación un mundo mucho más profesional en el que, los propios arpegios musicales con los que los dotemos, se conviertan en humano itinerario para las personas.

Dice el propio autor: “Este libro puede ayudarte a entender cómo puedes sacarle más partido a la comunicación y contribuir en la modificación de determinados clichés que ya no son útiles”. Invita a desaprender, para aprender de nuevo, lo cual es dotar de una actividad apasionante a la propia filosofía del conocimiento. Nos muestra el para qué, como él bien dice, de tal forma que las conversaciones que entablemos se nos conviertan en material y herramientas más productivas.

Nos vuelve a atrapar a lo largo del texto; a incidir en la mezcla importante que puede haber entre música y comunicación; o viceversa. Nos enseña el camino sinuoso por donde poder trazar un ejercicio de persuasión con el ejercicio responsable de la escucha activa, los contenidos de calidad y las relaciones personales. Estamos ante una obra; un trabajo de autor, que demanda nuevos enfoques para nuevas realidades, a la vez que también llama la atención sobre valores intangibles cómo las conversaciones humanas; más hondas y fructíferas que, germinadas en el terreno de la confianza mutua, puedan ofrecernos un marco de acción mucho más duradero y beneficioso.

Adolfo Corujo se involucra completamente a lo largo de las páginas de su libro: Comusicación. Dota su trabajo de una pasión que abraza el interés del lector. Lo atrapa; le va guiando por sus líneas pedagógicas para enseñarle con esmero; sin petulancia y ego pasado de vueltas. Repasa los puntos importantes que hay que tener en cuenta; los vuelve a resumir un poco más adelante; te nutre también con obras de otros autores para su consulta, aparte de donarte su espléndida lista musical en Spotify, la cual está configurada para disfrute de los sentidos.

Incide mucho en la relevancia del propósito; del para qué en cualquier proyecto de comunicación profesional y responsable. En la cercanía y la consistencia de dicho propósito; su coherencia como fundamental guía; el mapa transparente donde se dibujará la esencia personal del que lo lleve a cabo. Y alerta, dibujando un importante aviso para navegantes: “Si nuestra actividad no persigue cuestionar lo establecido para mejorar lo que nos rodea, no somos agentes del cambio”.

El autor nos invita a una profesionalidad más creativa, ejerciendo la tarea de desaprender y volver a aprender, mientras cuestionamos los caminos trillados para anticiparse y recorrer otros mucho menos transitados. Eleva la propia tarea de la comunicación, a arte con esmero; a progreso reputado; a esencia misma del que, o la que lo está llevando a cabo. Y el texto vuelve a aparecer cómo un trabajo limpio, esforzado, para beneficio y aprendizaje de empresas y ejecutivos.

Adolfo Corujo, entre otras muchas cosas, también habla en su libro del legado. Y te propone construirlo más pronto que tarde, hilvanando en él la trascendencia de los mejores momentos, los cuales están llamados a construir una nueva historia. He aquí sus consejos: “Si sabes lo que quieres dejar cuando tu gestión termine, escríbelo y que te ayuden a convertirlo en una historia (no en un grupo de mensajes). Deja para el recuerdo cada hito, cada paso, cada momento que simbolice esa gestión. Visualiza mentalmente las piezas finales que servirán de fotografía del legado. Involucra a todos los que consideres que representan cada parte de la historia. Hazlo en vida, contrata a los mejores, coproduce el contenido, asume tu protagonismo, disfruta del momento, escoge el desafío. Difúndelo”.

En cualquier caso, me quedo con uno de sus más humanos consejos: “Las personas son ‘el rey’, el contenido es una excusa”. De ahí que les invite a disfrutar del contenido de sus páginas; de la profesionalidad y el conocimiento que difunde; del legado personal que nos va donando y transmitiendo. Lo expresa perfectamente en la frase final de su libro: “Aquí tenéis un amigo”.

  • Artículo publicado en Beers&POLITICS

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Transformación digital de la Comunicación

Transformación digital de la Comunicación

Para poder observar la continua transformación digital de la comunicación, nada mejor que adentrarse en la web de Llorente & Cuenca, por cuyo entramado de constante trabajo y creatividad, fluye una pedagogía compartida que los hace grandes; como equipo, y como hombres y mujeres que ponen a disposición de los demás un talento que repercute de lleno en la tarea de construir una sociedad mucho mejor y más dinámica.

Su propio fundador y presidente: José Antonio Llorente, me escribe un mail dándome cuenta de las novedades que incorporan en su espacio, redoblando con su actitud la admiración que siento por él y, por qué no decirlo, el sentimiento de nostalgia que a veces me invade, cada vez que compruebo el buen hacer de todos ellos y la profesionalidad a raudales que muestran en todas y cada una de sus acciones.

Todavía recuerdo la primera vez que conocí sus instalaciones en el centro de Madrid. Mientras permanecía sentado, a la espera de ser recibido, todo lo que allí observaba ya se quedó para siempre en mi memoria como sentimiento de total admiración: profesionalidad, buenos modos, comunicación profesional, profunda y enriquecedora labor de equipo. Era todo; desde la decoración de sus cuadros, la manera amable de saludarte en recepción, las grandes pantallas para mantener reuniones online, los exquisitos documentos que podías leer en su web… Era todo; absolutamente todo, haciendo un conglomerado de enriquecedora admiración y respeto.

Luego tuve la suerte de conocer a muchas de las personas que hacen grande a Llorente & Cuenca: Alejandro Romero, José Manuel Velasco, Ivan Pino, Luis Serrano y un largo etcétera que me haría casi interminable la lista en este breve artículo. Todos ellos, desde sus respectivas áreas y responsabilidades, enseñando con verdadera pasión el conocimiento que poseen y que siempre comparten.

Ahora han remodelado con acierto su exquisito espacio y, nada más visitarlo, ya le sugieren al visitante una constructiva tarea: Anticípate, con cuya acción será mucho menos complicado comprender y administrar los tiempos apresurados y de constantes cambios en los que estamos inmersos. Y lo que es más importante, le ofrecen al cliente la oportunidad de ser el auténtico protagonista de su historia, construyendo su propio relato o storytelling, desde la ética y la transparencia radical. No cabe otra y, por lo tanto, anticiparse al presente que transita veloz, evitará sobresaltos de cara al futuro. Les invito, pues, a visitar su excelente trabajo y su siempre necesaria pedagogía. No se arrepentirán.

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La puesta en escena de don Casado

La puesta en escena de don Casado

La puesta en escena de don Casado es la escenificación de un ego revuelto que, sin anestesia ni nada, le perpetra a la concurrencia una dura cacofonía muy difícil de digerir. Si uno observa el paciente público que tiene detrás de sus no muy curtidos costillares, observamos que el lenguaje no verbal expresa, casi unánimemente, un hastío respetuoso que se ahorra, por lo mismo, el gesto del reparador bostezo.

Bien es verdad que la escenografía que uno coloca a las espaldas, en cada mitin, es un alto riesgo que, como tal, puede producir el efecto contrario al que uno pretende; como es el caso que nos ocupa. Ya no es que los tuyos te acompañen en esa tarea diaria de la captación del voto, sino que los tuyos propios te están escenificando un obsceno hartazgo en el rostro; un cansinismo carente de emoción, cuya rutina sin significado, le va subiendo a los ojos una huella sutil de tristeza bien pesada.

La comunicación del siglo XXI, dirigida a una ciudadanía culta y muy bien informada, no es el monólogo al que nos han tenido acostumbrados más de cuatro, con ese mensaje unidireccional que, la mayoría de las veces, no se cree ni el mismo que lo está enhebrando desde un papel leído, porque también debe cansar mucho aprendérselo de memoria. La comunicación del siglo XXI tiene que construir una historia, o storytelling, donde la ciudadanía en su conjunto sea la mayor protagonista. Enmarcarla en la esencia de sus aspiraciones; de sus ilusiones; de sus visiones de futuro; de sus inquietudes y ganas de equivaler con sus semejantes. Y a partir de ahí construir un texto honesto y decente que los haga partícipes; que no es el caso.

Don Casado, a juzgar por ésta y otras intervenciones parecidas, prefiere entrar en el bucle de la descalificación hacia el otro y el mensaje extremista, sin un ápice de pedagogía cívica que sustente el contenido. No aúpa contenidos con un mínimo de significación esencial que pudiera ser propensa al posterior debate constructivo. Es un títere sin fondo buscando el voto que se le pueda ir hacia los recovecos de la derecha extrema. Y sigue considerando a los representantes, poco menos que tontos útiles para el mero hecho de sus propios intereses.

Vivimos tiempos de mucha incertidumbre, no menos circo mediático y, por supuesto, una prisa desmesurada que se olvida muchas veces del contenido esencial de los mensajes. Un presente en el que todo vale; unas maneras ruines que van cediendo su protagonismo al camino nada constructivo del insulto. Pero es justo lo contrario de lo que estamos necesitando, con lo que no me extraña nada el lenguaje no verbal, reventón de hastío, que a don Casado le hace un patético paisaje justo a sus espaldas.

Es tiempo de momentos constructivos; de tomar a la ciudadanía por hombres y mujeres inteligentes que estén dispuestas a embarcarse en un proyecto común donde, habiendo sido escuchados previamente, sean los protagonistas absolutos de cualquier campaña. Tiempo de significados que emocionen, palabras con sustancia, proyectos conjuntos que vayan dotando a las ciudades de alma. Y no concurrir como el mayor enemigo de la democracia, pregonando demagogia. Ya lo dijo Max Weber: “El político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; mesura en sus actuaciones”. Todo lo demás es pregonar sin dar trigo; o ser un mero vocero no avalado por los hechos.

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A Juan Cruz: porque la vida son los gestos

A Juan Cruz: porque la vida son los gestos

La vida son los gestos. Es una frase que suelo repetir muy a menudo, a modo de familiar aforismo, porque creo en lo profundo de su significado; en la propia sustancia del significado radical de las palabras ahí reunidas.

Los gestos de una sonrisa sincera que te desvelan una metáfora de alegría que va pincelando el rostro. Palabras amables en conversaciones que tampoco tienen que tener mucha trascendencia, el saludo cordial por donde dos biografías que se encuentran celebran la alegría de seguir siendo. Un guiño al instante, paréntesis entre el apresurado tiempo, de tal forma que lo más chiquito confluya en grandioso. Incluso un Fav, o un Rt, en tiempos de sociedad del conocimiento, mundo 2.0 y en este plan.

La vida son los gestos; como digo, de ahí que hoy me apetezca narrar uno de ellos, a modo de storytelling, o breve historia personal. Ya dejo a su amable y libre elección la categoría de lo que les narro. Pero si que he querido traerlo a colación para dar cuenta de ello; para que no se me quede desdeñado en el olvido, por cualquiera de las galerías poco habitadas del cerebro. Y a ello me pongo, cuando la mañana me dona un silencio creativo y las palabras fluyen por el folio, a modo de testamento vital expresando que seguimos vivos.

Un día se me ocurrió la idea de ir a visitar a Juan Cruz, uno de los periodistas que más admiro; ya no por su raíz mineral de periodista de raza, sino por su vena literaria, por donde corre una sangre lírica y tinerfeña. Y lo hice, ahora lo pienso, con el similar afán de, cuando uno escribe, pedirle auxilio a las palabras; esto es, buscar su consejo sabio, el himno elocuente de su experiencia de vida, el fondón más humano que llevaba ya muchos años derramando por sus entrañables libros.

Después de salvar la identificación protocolaria y la leve espera, tuve la oportunidad de adentrarme en su despacho, chiquito y con aroma de conocimiento y libros. Allí estaba yo, sentado frente al mismísimo Juan Cruz, en cuya agenda apretadísima, a modo de generosidad muy digna de mención, me había hecho un hueco humano y sincero, mientras la vida seguía transcurriendo con su fogonazo de prisa sin cansancio y su realidad acontecida pendiente de sus innumerables titulares.

Juan tiene esa voz peculiar que a mí tanto me gusta; esos ojos traviesos que lo escrutan todo con una rapidez abrumadora; ese balcón de mirada que divisan de continuo el exterior por si, de lo acontecido, se puede sacar material para un nuevo libro o un breve relato. Y tiene la imborrable huella de niño grande, a la manera de Cortázar, por donde va y viene de continuo, sin cesar, buscando la añorada infancia; esa patria sagrada de la que acaso, nunca se debiera partir o, en su defecto, poder regresar a ella con el alma intacta.

Busco en Juan Cruz; el mismísimo Juan Cruz, la complicidad de una conversación tranquila, acaso de algunas breves confesiones por donde le encumbro a la categoría de amigo; aunque bien es verdad que en algunos momentos, éste modesto ciudadano, cae también en la cuenta de su casi obsceno atrevimiento. Y Juan se muestra amable y humano, amigable en la distancia corta, muy similar al periodista o escritor que yo ya tenía retratado en el mapa mental de la memoria. Recopilo de él su amabilidad sin ambages; su plena disponibilidad certera y amable; sus frases con sustancia; su ir y venir de la creatividad hacia la estética; su humana figura, su personal forma de ser que tanto te contagia. Y, sobre todo, su último detalle, del todo imperecedero, al coger dos libros de su despacho y regalármelos. Gracias por tanto.

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Brillar desde dentro

Brillar desde dentro

Como casi cada noche, acurrucado entre el silencio más decente y creativo, rodeado de libros que me regalan su impagable pedagogía, he hecho un alto en el camino para leer con detenimiento un sustancioso artículo de José Manuel Velasco. Leer con parsimonia, lo que escriben los otros, porque merecen la mejor atención y el mayor de los respetos. Ponerse en su lugar, a modo de nítida empatía, de tal forma que podamos entender su significado y contenido de la mejor forma posible.

https://twitter.com/nataliasara2/status/1107652404386975746

Si la memoria no me falla, he tenido dos encuentros reposados con José Manuel. Encuentros en los que, intentando no violentar el terreno de su apretada agenda, sin embargo nos dio pie a unas conversaciones tranquilas, siempre a orillas de un Madrid frenético, reventón de prisas y reuniones que, al fin y a la postre, nos va contagiando a todos de un nerviosismo casi unánime.

Debo decir, en honor a la verdad, que la primera impresión exterior que me llevé de él, era aquella estatura generosa con la que se fue aproximando hacia mi para estrecharme la mano y darnos el consabido saludo de rigor. Un hombre muy alto, por así decir, lo cual también daba un tinte de seguridad a aquella instantánea puntual y programada. Luego, pasado algo de tiempo, volví a tener otra conversación con él y, al menos en el registro de mis adentros interiores – como yo suelo llamarlos – por el tono y los asuntos tratados, pasó a engrosar la lista de lo que yo llamo amigos, esperando que el sentir sea mutuo, dicho sea de paso.

José Manuel tiene un lenguaje no verbal en sus manos que me gusta. Las va moviendo al son de sus palabras que, en definitiva, suelen ser un himno sagrado de comunicación que es para lo que él ha venido a este mundo. Y una comunicación reflexiva; reposada primero hacia adentro, para después salir al exterior con un mensaje que se imanta rápido en el interés de sus oyentes. Tiene el rostro serio, eso sí, pero también es una manera de preservar el niño soñador y anterior que fue y sigue siendo.

Y en este artículo al que me refería, donde José Manuel interpela a los lectores con una pregunta que encabeza o titula todo su escrito: ¿Brillas o iluminas?, nos pone sobre la mesa una cuestión muy de fondo que, a lo largo del artículo, con el torbellino de sus enriquecedoras ideas, nos va llevando hasta una monumental declaración de intenciones para llevar siempre consigo en la mochila de la comunicación diaria, o el comportamiento estético que uno debería regalar de continuo a los demás. Termina José Manuel su artículo de esta forma: (…) “En un mundo atenazado por incertidumbres y miedos necesitamos a referentes que iluminen caminos. Esas personas de referencia no pueden ser, como en gramática, meros signos lingüísticos que poseen sólo significante y referente y carecen de significado lingüístico, como es el caso de los nombres propios, los pronombres y las anáforas. Esas personas que ejercen como faros tienen los valores humanos cincelados en sus nombres y apellidos emiten ideas para que otros piensen y ponen su conciencia crítica al servicio de la sociedad.

Hablamos mucho, en exceso. Escuchemos más a aquellos que brillan desde dentro, desde una belleza interior que no necesita luz artificial para encenderse e iluminar”.

Brilla pues, con luz propia, el artículo de José Manuel Velasco. Y lo hace porque a lo largo del texto, aplica con miramiento palabras con sustancia. Escribe haciendo un recorrido, como diría Ortega, que va desde la creencia hasta la idea. Y en ella se para para hacernos reflexionar y trabajar la conciencia; la libertad individual; la somera capacidad de raciocinio, de análisis personal, de amor exquisito por las preguntas que tal vez nos suministren las buscadas u otras respuestas.

Brilla e ilumina, como él mismo menciona en su texto. Y de eso se trata; de llegar hasta los otros, ese plural tan en desuso, muchos veces ahogado entre un solipsismo obsceno y el círculo vicioso y sin fin de los asuntos propios. Brilla e ilumina porque apela a un faro ético que sirva de guía; a un referente que a la vez que nos tatúa sus significados, consigue hacernos mejores. Brilla e ilumina, como digo, porque invita a la escucha activa y al sosegado respeto que ha de producir cualquier entendimiento. Pide; que no es poco, poner de manifiesto la belleza interior. Y el reto no es baladí, dado que en el artículo le ha salido el comunicador de raza que se expone y lleva dentro.

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A José Antonio Llorente

A José Antonio Llorente

En estos tiempos agrios y convulsos en los que estamos inmersos, no sé si resulta revolucionario comunicar la admiración por alguien, dado que; entre la dictadura de las prisas que asumimos y los egos revueltos que nos afectan, puede parecer que es un acto de flojera interna; una redención del fuerte carácter, o incluso una manía extraña de no acatar el discurso del odio, tan en boga.

En cualquier caso, como al despuntar la mañana me apeteció construir estas breves y muy modestas líneas, voy a intentar transmitir la admiración que siento por José Antonio Llorente, al que ustedes pueden seguir en twitter en su perfil @jallorente y, de paso, leer su excelente libro “El octavo sentido” que habla de la comunicación como factor clave para la sociedad del siglo XXI.

José Antonio Llorente es, entre otras muchas cosas, fundador de la primera consultoría de comunicación en España y América Latina Llorente&Cuenca . Pero lo que a mí me llama más poderosamente la atención, independientemente de su proyección de persona pública y profesional, es la faceta verdaderamente humana, sin cuya trayectoria vital creo que es imposible una comunicación que llegue a los sentidos.

José Antonio cree en lo que dice; lo asume como propio, de ahí la energía y el ejemplo que ha sabido transmitir al grueso del equipo que le rodea. Posee un excelente carisma para las relaciones personales y, sobre todo, una estética inusual que afianza la elegancia de su comportamiento. Esto, por otra parte, no sé si se aprende o, por el contrario, ya viene fijado en la propia raíz mineral del adn de cada cual, como muestra esencial de la propia personalidad.

La admiración por tanto, también exige la muestra sincera de agradecimiento. No el halago fácil que acaso se lleva más en las relaciones sociales y en los actos más protocolarios; sino las gracias más verdaderas, nutridas con un mensaje más hondo que nos habita de continuo en las habitaciones de la sangre. Y desde ahí le quiero dedicar mis muy modestas líneas a José Antonio, a modo de guiño fraternal que haga un intento de crear palabras con sustancia. Del corazón al aíre; o acaso al post que ahora finaliza, no sin antes hacer también eco de una frase suya a modo de aforismo: “ lo verdaderamente importante no es cómo llamamos a las cosas, sino cómo son las cosas de fondo y de verdad”. Y en esa verdad honda reside él; o lo que de continuo transmite. Gracias por tanta y tan buena pedagogía necesaria.

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A Mercedes Soriano

A Mercedes Soriano

Lo cierto es que, el teletipo ciudadano al que yo considero twitter, me muestra la frase y foto de un perfil al que sigo, de nombre @blayams que me pone sobre aviso. Y es ahí cuando siento el incorregible deseo de escribir un breve texto que, subido a la liana de las letras, pueda viajar hasta el acontecer diario de Mercedes Soriano y, si me apuran, quedarse allí entretenido a modo de humano gesto y humilde sintonía.

En uno de sus twitts, @blayams escribe: “Y ahora estoy así. Una pena” con una foto precisa y actualizada que no me pasa desapercibida. Mercedes muestra en ella una cabeza rapada, pero lo importante es el rostro vivo y picarón, tal vez algo cansado, adornado con una mirada limpia y niña por donde se dibuja una sonrisa amable que parece traer a colación todo el rastro sagrado de su infancia.

El caso es conseguir cambiar su rotunda frase, por otra que celebre la alegría. Hacerse eco de su situación puntual y pasajera, para devolverle instantáneamente un himno de palabras precisas con el que rodear amorosamente su dilatada biografía. Palabras que acompañen, a modo de exquisitos cimientos que construyan una patria humana y común donde ninguna tristeza repentina nos sea ajena. Hacernos cargo, por así decir, del lenguaje no verbal de los otros, a modo de plural distinto y más mancomunado, para celebrar en conjunto los arpegios musicales que la vida lleva consigo en el perfil de sus instantes.

Les pido, si son tan amables, que se apeen por momento de la dictadura de las prisas; de las ingentes tareas de sus asuntos propios; de la agenda social y más protocolaria, para dedicarle unos breves minutos compañeros, instantes chiquitos condimentados con sustancia, para de esta forma extraerle a Mercedes una sonrisa reconfortante, dado que siempre es la mejor metáfora de la alegría.

Mercedes sin pena, apoyada por una llamada o un gesto sincero; un regalo sorpresivo o una sonrisa noble y duradera; un abrazo que achucha con ahínco; una frase salpimentada con humor; una dedicación de tiempo propio convergiendo en los otros; una leve iniciativa que vaya construyendo empatía. Cualquier cosa, les pido, para que nada de lo humano nos sea ajeno. Gracias anticipadas.

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Mome

Mome

Mome tenía esa sonrisa, protocolaria y floja, muy curtida en infinidad de actos donde solía acudir en busca de la foto bien estudiada, arrimándose obstensiblemente al cargazo de turno que no salía de su asombro. Cuando quedaba imbuida de una solidaridad puntual y pasajera, también se acercaba a distintas manis, para exhibir allí su pose más cínica y su figura adaptativa. Bien es verdad que lo hacía durante poco rato; el suficiente para volver a conseguir la instántanea puntual y desaparecer por los márgenes de la marcada zona participativa, con el fin de disfrutar de un buen caldo en la barra del bar más próximo.

Tenía siempre una prisa interminable, rozando el punto de lo más antiestético y chabacano. Una prisa con huir hacia ninguna parte, huera de fondo y de raíz, que tal vez escondía otras profundas carencias aún no detectadas. Le encantaba humillar a los demás, considerados muy por debajo de su imaginada estirpe, tratándolos como meros objetos de capricho, dibujando así la estela que conducía a una infancia del todo inmadura.

Le gustaba sestear en su zona privilegiada de confort, cuyo peculio inmoral e inmerecido, le permitía seguir huyendo de si misma, pavoneándose entre su ego revuelto y la frivolidad abigarrada de estar contemplándose a si mima de continuo. Si veía peligrar aquel reducto de pesebre confortable, volvía a salir al exterior para mendigar unas nuevas fotos, de tal manera que ella interpretase que era la más admirada en aquellos círculos viciosos y sociales; aunque nada más lejos de la realidad, si nos atenemos a la verdad más filosófica y platónica.

Mome disfrutaba insultando a los vivos; a poder ser, cuando no estaban presentes, ni tenían capacidad para defenderse; al tiempo que se prodigaba en loas y beneplácitos para la memoria de los ausentes, algunos de los cuales tampoco es que le hubieran brindado una amistad excesiva, más allá de la educación y las buenas formas. Era feliz haciendo daño, desde su personalidad enfermiza y bipolar; pero un daño cobarde y piramidal: de arriba a abajo, dado que de abajo a arriba, se mantenía con esa sumisión que le proyectaba una genuflexión constante. La echaban de algunos lugares, una vez detectada la personalidad pérfida y dañina del personaje, construyendo así una reputación propia que daba vergüenza ajena. Y de momento gozaba de un silencio cómplice en el que nadie molestaba sus asuntos propios. De momento…

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La prosa acompasada

La prosa acompasada

Por desgracia uno se ha ido acostumbrando al lenguaje diario, muy manoseado de significados; a la expresión no exenta de dobleces y a la ausencia total de metáforas en cualquier conversación al uso. El ruido es el que capitanea las tertulias, con su abrupta cadencia y su no menos falta de tacto para la escucha cívica y activa. Es cómo si hubiéramos perdido el norte de la compostura, la brújula del sentir más acérrimo o los aperos de labrar la personalidad más reflexiva e íntima.

Pero en esas estaba cuando cayó en mis manos el nuevo libro de Fernando Aramburu: “Autorretrato sin mí” con su prosa acompasada, a la manera de Vallejo; o por qué no decirlo, con sus especiales arpegios que a mí me recordaban algunos versos de Félix Grande. Un libro hondo y musical, no apto para leer de a ratos, puesto que sus páginas te requieren desde el comienzo y las retinas van llevando hasta las galerías del cerebro esa constante y honda palabra emocionada.

Y me propuse dar las gracias a su autor por tan grata compañía; quizá de la única manera que sé; que es celebrando la existencia en torno a las palabras. Dedicar unos modestos párrafos a su bella creación; al compendio de emociones que se van hospedando en las habitaciones de la sangre; a la excelente intención de invitarte a viajar por la liana de los párrafos, cómo ya dijera Octavio Paz en su momento.

Una prosa acompasada, pues, cuya musicalidad es un germen creativo pensado para su disfrute. Una ocasión para construir, entre la dictadura de las prisas, unos paréntesis de sosiego por donde la lectura haga de las suyas. Una oportunidad de donarle a la propia emoción sus instantes de protagonismo, su pulso más certero, la presencia de su rúbrica sagrada.

Sean por dentro y vayan a sumergirse en el lírico mar de sus rotundas páginas.

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