Opinión

A Juan Cruz: porque la vida son los gestos

A Juan Cruz: porque la vida son los gestos

La vida son los gestos. Es una frase que suelo repetir muy a menudo, a modo de familiar aforismo, porque creo en lo profundo de su significado; en la propia sustancia del significado radical de las palabras ahí reunidas.

Los gestos de una sonrisa sincera que te desvelan una metáfora de alegría que va pincelando el rostro. Palabras amables en conversaciones que tampoco tienen que tener mucha trascendencia, el saludo cordial por donde dos biografías que se encuentran celebran la alegría de seguir siendo. Un guiño al instante, paréntesis entre el apresurado tiempo, de tal forma que lo más chiquito confluya en grandioso. Incluso un Fav, o un Rt, en tiempos de sociedad del conocimiento, mundo 2.0 y en este plan.

La vida son los gestos; como digo, de ahí que hoy me apetezca narrar uno de ellos, a modo de storytelling, o breve historia personal. Ya dejo a su amable y libre elección la categoría de lo que les narro. Pero si que he querido traerlo a colación para dar cuenta de ello; para que no se me quede desdeñado en el olvido, por cualquiera de las galerías poco habitadas del cerebro. Y a ello me pongo, cuando la mañana me dona un silencio creativo y las palabras fluyen por el folio, a modo de testamento vital expresando que seguimos vivos.

Un día se me ocurrió la idea de ir a visitar a Juan Cruz, uno de los periodistas que más admiro; ya no por su raíz mineral de periodista de raza, sino por su vena literaria, por donde corre una sangre lírica y tinerfeña. Y lo hice, ahora lo pienso, con el similar afán de, cuando uno escribe, pedirle auxilio a las palabras; esto es, buscar su consejo sabio, el himno elocuente de su experiencia de vida, el fondón más humano que llevaba ya muchos años derramando por sus entrañables libros.

Después de salvar la identificación protocolaria y la leve espera, tuve la oportunidad de adentrarme en su despacho, chiquito y con aroma de conocimiento y libros. Allí estaba yo, sentado frente al mismísimo Juan Cruz, en cuya agenda apretadísima, a modo de generosidad muy digna de mención, me había hecho un hueco humano y sincero, mientras la vida seguía transcurriendo con su fogonazo de prisa sin cansancio y su realidad acontecida pendiente de sus innumerables titulares.

Juan tiene esa voz peculiar que a mí tanto me gusta; esos ojos traviesos que lo escrutan todo con una rapidez abrumadora; ese balcón de mirada que divisan de continuo el exterior por si, de lo acontecido, se puede sacar material para un nuevo libro o un breve relato. Y tiene la imborrable huella de niño grande, a la manera de Cortázar, por donde va y viene de continuo, sin cesar, buscando la añorada infancia; esa patria sagrada de la que acaso, nunca se debiera partir o, en su defecto, poder regresar a ella con el alma intacta.

Busco en Juan Cruz; el mismísimo Juan Cruz, la complicidad de una conversación tranquila, acaso de algunas breves confesiones por donde le encumbro a la categoría de amigo; aunque bien es verdad que en algunos momentos, éste modesto ciudadano, cae también en la cuenta de su casi obsceno atrevimiento. Y Juan se muestra amable y humano, amigable en la distancia corta, muy similar al periodista o escritor que yo ya tenía retratado en el mapa mental de la memoria. Recopilo de él su amabilidad sin ambages; su plena disponibilidad certera y amable; sus frases con sustancia; su ir y venir de la creatividad hacia la estética; su humana figura, su personal forma de ser que tanto te contagia. Y, sobre todo, su último detalle, del todo imperecedero, al coger dos libros de su despacho y regalármelos. Gracias por tanto.

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Brillar desde dentro

Brillar desde dentro

Como casi cada noche, acurrucado entre el silencio más decente y creativo, rodeado de libros que me regalan su impagable pedagogía, he hecho un alto en el camino para leer con detenimiento un sustancioso artículo de José Manuel Velasco. Leer con parsimonia, lo que escriben los otros, porque merecen la mejor atención y el mayor de los respetos. Ponerse en su lugar, a modo de nítida empatía, de tal forma que podamos entender su significado y contenido de la mejor forma posible.

https://twitter.com/nataliasara2/status/1107652404386975746

Si la memoria no me falla, he tenido dos encuentros reposados con José Manuel. Encuentros en los que, intentando no violentar el terreno de su apretada agenda, sin embargo nos dio pie a unas conversaciones tranquilas, siempre a orillas de un Madrid frenético, reventón de prisas y reuniones que, al fin y a la postre, nos va contagiando a todos de un nerviosismo casi unánime.

Debo decir, en honor a la verdad, que la primera impresión exterior que me llevé de él, era aquella estatura generosa con la que se fue aproximando hacia mi para estrecharme la mano y darnos el consabido saludo de rigor. Un hombre muy alto, por así decir, lo cual también daba un tinte de seguridad a aquella instantánea puntual y programada. Luego, pasado algo de tiempo, volví a tener otra conversación con él y, al menos en el registro de mis adentros interiores – como yo suelo llamarlos – por el tono y los asuntos tratados, pasó a engrosar la lista de lo que yo llamo amigos, esperando que el sentir sea mutuo, dicho sea de paso.

José Manuel tiene un lenguaje no verbal en sus manos que me gusta. Las va moviendo al son de sus palabras que, en definitiva, suelen ser un himno sagrado de comunicación que es para lo que él ha venido a este mundo. Y una comunicación reflexiva; reposada primero hacia adentro, para después salir al exterior con un mensaje que se imanta rápido en el interés de sus oyentes. Tiene el rostro serio, eso sí, pero también es una manera de preservar el niño soñador y anterior que fue y sigue siendo.

Y en este artículo al que me refería, donde José Manuel interpela a los lectores con una pregunta que encabeza o titula todo su escrito: ¿Brillas o iluminas?, nos pone sobre la mesa una cuestión muy de fondo que, a lo largo del artículo, con el torbellino de sus enriquecedoras ideas, nos va llevando hasta una monumental declaración de intenciones para llevar siempre consigo en la mochila de la comunicación diaria, o el comportamiento estético que uno debería regalar de continuo a los demás. Termina José Manuel su artículo de esta forma: (…) “En un mundo atenazado por incertidumbres y miedos necesitamos a referentes que iluminen caminos. Esas personas de referencia no pueden ser, como en gramática, meros signos lingüísticos que poseen sólo significante y referente y carecen de significado lingüístico, como es el caso de los nombres propios, los pronombres y las anáforas. Esas personas que ejercen como faros tienen los valores humanos cincelados en sus nombres y apellidos emiten ideas para que otros piensen y ponen su conciencia crítica al servicio de la sociedad.

Hablamos mucho, en exceso. Escuchemos más a aquellos que brillan desde dentro, desde una belleza interior que no necesita luz artificial para encenderse e iluminar”.

Brilla pues, con luz propia, el artículo de José Manuel Velasco. Y lo hace porque a lo largo del texto, aplica con miramiento palabras con sustancia. Escribe haciendo un recorrido, como diría Ortega, que va desde la creencia hasta la idea. Y en ella se para para hacernos reflexionar y trabajar la conciencia; la libertad individual; la somera capacidad de raciocinio, de análisis personal, de amor exquisito por las preguntas que tal vez nos suministren las buscadas u otras respuestas.

Brilla e ilumina, como él mismo menciona en su texto. Y de eso se trata; de llegar hasta los otros, ese plural tan en desuso, muchos veces ahogado entre un solipsismo obsceno y el círculo vicioso y sin fin de los asuntos propios. Brilla e ilumina porque apela a un faro ético que sirva de guía; a un referente que a la vez que nos tatúa sus significados, consigue hacernos mejores. Brilla e ilumina, como digo, porque invita a la escucha activa y al sosegado respeto que ha de producir cualquier entendimiento. Pide; que no es poco, poner de manifiesto la belleza interior. Y el reto no es baladí, dado que en el artículo le ha salido el comunicador de raza que se expone y lleva dentro.

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A Mercedes Soriano

A Mercedes Soriano

Lo cierto es que, el teletipo ciudadano al que yo considero twitter, me muestra la frase y foto de un perfil al que sigo, de nombre @blayams que me pone sobre aviso. Y es ahí cuando siento el incorregible deseo de escribir un breve texto que, subido a la liana de las letras, pueda viajar hasta el acontecer diario de Mercedes Soriano y, si me apuran, quedarse allí entretenido a modo de humano gesto y humilde sintonía.

En uno de sus twitts, @blayams escribe: “Y ahora estoy así. Una pena” con una foto precisa y actualizada que no me pasa desapercibida. Mercedes muestra en ella una cabeza rapada, pero lo importante es el rostro vivo y picarón, tal vez algo cansado, adornado con una mirada limpia y niña por donde se dibuja una sonrisa amable que parece traer a colación todo el rastro sagrado de su infancia.

El caso es conseguir cambiar su rotunda frase, por otra que celebre la alegría. Hacerse eco de su situación puntual y pasajera, para devolverle instantáneamente un himno de palabras precisas con el que rodear amorosamente su dilatada biografía. Palabras que acompañen, a modo de exquisitos cimientos que construyan una patria humana y común donde ninguna tristeza repentina nos sea ajena. Hacernos cargo, por así decir, del lenguaje no verbal de los otros, a modo de plural distinto y más mancomunado, para celebrar en conjunto los arpegios musicales que la vida lleva consigo en el perfil de sus instantes.

Les pido, si son tan amables, que se apeen por momento de la dictadura de las prisas; de las ingentes tareas de sus asuntos propios; de la agenda social y más protocolaria, para dedicarle unos breves minutos compañeros, instantes chiquitos condimentados con sustancia, para de esta forma extraerle a Mercedes una sonrisa reconfortante, dado que siempre es la mejor metáfora de la alegría.

Mercedes sin pena, apoyada por una llamada o un gesto sincero; un regalo sorpresivo o una sonrisa noble y duradera; un abrazo que achucha con ahínco; una frase salpimentada con humor; una dedicación de tiempo propio convergiendo en los otros; una leve iniciativa que vaya construyendo empatía. Cualquier cosa, les pido, para que nada de lo humano nos sea ajeno. Gracias anticipadas.

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Mome

Mome

Mome tenía esa sonrisa, protocolaria y floja, muy curtida en infinidad de actos donde solía acudir en busca de la foto bien estudiada, arrimándose obstensiblemente al cargazo de turno que no salía de su asombro. Cuando quedaba imbuida de una solidaridad puntual y pasajera, también se acercaba a distintas manis, para exhibir allí su pose más cínica y su figura adaptativa. Bien es verdad que lo hacía durante poco rato; el suficiente para volver a conseguir la instántanea puntual y desaparecer por los márgenes de la marcada zona participativa, con el fin de disfrutar de un buen caldo en la barra del bar más próximo.

Tenía siempre una prisa interminable, rozando el punto de lo más antiestético y chabacano. Una prisa con huir hacia ninguna parte, huera de fondo y de raíz, que tal vez escondía otras profundas carencias aún no detectadas. Le encantaba humillar a los demás, considerados muy por debajo de su imaginada estirpe, tratándolos como meros objetos de capricho, dibujando así la estela que conducía a una infancia del todo inmadura.

Le gustaba sestear en su zona privilegiada de confort, cuyo peculio inmoral e inmerecido, le permitía seguir huyendo de si misma, pavoneándose entre su ego revuelto y la frivolidad abigarrada de estar contemplándose a si mima de continuo. Si veía peligrar aquel reducto de pesebre confortable, volvía a salir al exterior para mendigar unas nuevas fotos, de tal manera que ella interpretase que era la más admirada en aquellos círculos viciosos y sociales; aunque nada más lejos de la realidad, si nos atenemos a la verdad más filosófica y platónica.

Mome disfrutaba insultando a los vivos; a poder ser, cuando no estaban presentes, ni tenían capacidad para defenderse; al tiempo que se prodigaba en loas y beneplácitos para la memoria de los ausentes, algunos de los cuales tampoco es que le hubieran brindado una amistad excesiva, más allá de la educación y las buenas formas. Era feliz haciendo daño, desde su personalidad enfermiza y bipolar; pero un daño cobarde y piramidal: de arriba a abajo, dado que de abajo a arriba, se mantenía con esa sumisión que le proyectaba una genuflexión constante. La echaban de algunos lugares, una vez detectada la personalidad pérfida y dañina del personaje, construyendo así una reputación propia que daba vergüenza ajena. Y de momento gozaba de un silencio cómplice en el que nadie molestaba sus asuntos propios. De momento…

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Por razones humanitarias

Por razones humanitarias

Por razones humanitarias te voy a pedir unos amables minutos de atención para el problema urgente de los refugiados sirios, de tal forma que, entre todos y todas; desde la mejor voluntad y la empatía más comprometida y activa, podamos lograr; sino solucionar por completo el problema que nos ocupa, al menos aminorarlo en la medida de nuestras posibilidades, lo cual ya supondría un gran logro común digno del mejor objetivo.

Se trata de salir de nuestra zona de confort, nuestra rutina diaria, el envoltorio de tranquilidad y comodidad en el que cada cual pueda estar inmerso y hacer un viaje profundo desde el corazón, a los asuntos de la gente. Abanderar con convencimiento el lema de que nada de lo humano nos sea ajeno, para de esta forma, incluir al otro en la patria humana sin fronteras que sería lo más solidario y deseable. Cambiar la primera persona del singular, con frecuencia abrazada a un solipsismo descomunal y muy poco creativo, por el nosotros, hermanado y plural, que sepa hacer causa común para que, lo aparentemente lejano, poder convertirlo en propio.

Hay más que suficientes razones para, con especial urgencia, tomar partido en esta iniciativa. Desde el año 2011, debido a la guerra civil desencadenada en Siria, la escalada de violencia y brutalidad ha ido afectando a la población civil que trata de huir de esa barbaridad tan cruenta. Hombres y mujeres; personas como tú y como yo, despavoridos y enajenados, poniendo tierra de por medio y buscando refugio y auxilio en países vecinos. Está siendo la guerra civil que más desplazados está causando en el mundo.

Hay suficientes razones para hacernos cargo del profundo y acuciante problema. El éxodo de la ciudadanía suma ya casi un 25% del total de la población en Siria. Diariamente se estima que aproximadamente unas seis mil personas sirias escapan de su país a causa de la guerra. Una cifra desorbitada e inmoral que cualquier conciencia humana no está en condiciones; ni de asimilar, ni de poder permitirse.

Se trata de cambiar, como decía, la noción de los otros, los ajenos, los lejanos, los que poco importan; por la del nosotros, los iguales, los cercanos, los propios y reconocidos, asumiendo con ello la solución de una deriva inhumana que nos concierne a todos y cada uno de nosotros, convirtiéndola en un objetivo asumible y alcanzable de trascendencias cívicas y éticas. Una suma de voluntades responsables que se hagan cargo de la envergadura del problema para dotarlo de una solución mancomunada y ética.

Te pediría, ya al final de estas líneas, un gesto importantísimo de fraternidad que, a buen seguro, tampoco te va a suponer mucho trastorno en tu vida cotidiana. Una plena defensa de los valores no perecederos e intangibles, colaborando para la donación de ayuda humanitaria que tanto necesitan y se merecen. Movilizarse para la acción nos repercute a todos y cada uno de nosotros, así como a todos y todas nos reporta un claro beneficio. Es por ello que garantizado el éxito, la movilización solidaria cobre mucho mayor sentido. Ya nos lo decía Aristóteles con su profundo aforismo: “¿Cuál es la esencia de la vida? Servir a otros y hacer el bien”. Gracias anticipadas por tu involucración.

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Oda a don Carnero

Oda a don Carnero

Por aquellas concretas fechas en que la crisis no se había aún bautizado por su significado más profundo y, sin embargo, ya se calentaban motores para preparar el inmoral menú del austericidio, apareció por mi centro de #currilaboro un tipo menudo, algo flacucho que, en mitad de la realidad dolida que se avecinaba, se incorporaba como capitán de la cosa, con un sueldo nada desdeñable.

A los pocos días, de manera tajante y muy protocolaria, me llama al despacho para concretarme la mala nueva, a la vez que con frialdad inusitada me indicaba la zona de salida. Lo acompañó con un apretón de manos gélido y correoso; que es el gesto tan común del protocolo, cuando entra en seria contradicción con el lenguaje no verbal que en esos momentos sale en desbandada.

El tipo en cuestión tomaba las riendas de sus asuntos propios en los instantes que comenzaba a arreciar una realidad dolida para el común de los mortales, aposentando sus posaderas en un mullido sillón desde donde, perpetrando alguna teoría huera e intercambiando algunas tarjetas de visita, le iba a permitir llevarse a la saca una suculenta y extraordinaria cantidad de dinero. Se podía ver como una contradicción en toda regla, pero de lo que se trataba en si, en toda su profundidad, era de una monumental estafa, a la manera que siempre la nombraba el maestro don Haro Tecglen.

La ideología de salón y previo pago, más el añadido de la Europa solidaria de a ratos y algo entrecomillada, nos dejaba un personaje que hacia una exquisita limpia de los suyos, representándose a si mismo, dentro de un solipsismo atroz al que se han aupado no pocos adeptos. Y en esas, a lo largo del tiempo, has visto también una complicidad inmoral, restregándote que el mal parece ser rentable, mientras me siento a la sombra de un alto pino y la mañana trae trinos anónimos y un danzar de pájaros que aúpa belleza hasta el balcón de mis retinas.

No sé si la vida en si es una gran obra de teatro donde, sin embargo, nunca cae el telón. Lo digo por observar cómo muchos de los representantes, desde sus teorías hueras y manidas, se abonan a la vida pública, para beneficio de sus intereses privadísimos, dejando a los representados cual Penelope de Serrat, varados en el andén de cualquier estación, esperando el próximo tren que nunca llega. Es del todo intolerable, muy alejado de las personas buena, en el sentido grande y profundo que le da la Ética, aparte de tener que gozar de una complicidad con la que jamás me he identificado. Ya lo decía Saramago: “No te pierdas a ti mismo”.

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Chacón #PerSempreCarme

Chacón #PerSempreCarme

Chacón #PerSempreCarme es ya un gesto común para conmemorar un año de tu ausencia relativa, porque anidarás para siempre en los corazones nobles que de verdad te quisieron y te quieren. Te marchaste un día hacia otras residencias, con el corazón desgastado por el uso, pero nos dejaste una manera de vivir y de sentir que nos sirve de riguroso y honesto ejemplo. La Carme más ética y humana que rubricaba siempre tu vida en esencial.

Bien es verdad que algún personaje canalla, el cual te debe casi todo, alguna vez no tuvo rubor en decirme que llevabas desde muy joven en política, con ese cinismo enfermizo que es pura toxicidad para el respeto y el recuerdo de tu persona. Gente ruin y muy poco o nada agradecida, a la que tú tampoco prodigabas; y hacías bien, un exceso de confianza. Mala gente en la distancia corta, una vez se han apagado ya las luces y los focos, construyendo una sucia radiografía de si mismos; de lo que son a medias, enfangados en su solitario mundo de protocolo y apariencia.

Pero tú eras otra cosa; tú eras ese factor transparente y humano que, con una elegancia muy distinguida, ampliaba tu estética. Había en tu rostro la sonrisa perenne que iba emparejada a la necesaria metáfora de la alegría. Tenías la mirada limpia; sin recovecos oscuros de cálculo y astucia, atenta siempre al devenir de una realidad cambiante a la que tu inteligencia, poniéndole múltiples soluciones, siempre se adelantaba. Te hacías querer por tu carácter, por ser Chacón en transparente: cercana, amiga, confidente, emocional, responsable, alegre, empática y, sobre todo, humilde, que es un rasgo de la personalidad que tanto escasea.

Te quise como política, compañera y amiga; en el sentido profundo y etimológico de la palabra. Y recuerdo una de tus frases en los múltiples correos que me intercambiaba contigo, donde te pedía consejo y complicidad en muchos aspectos. Decías: “Solo desde el bien se puede recomponer el partido. Costará pero lo haremos”. Y aquel aforismo humano y ético, profundamente moral y respetuoso, me hizo reforzar las esperanzas que nunca he perdido y admirarte por tu talla luchadora y humana.

Sigo recordando tu adorable sonrisa, tu mirar transparente que siempre calaba hondo en la emoción atenta; tus abrazos sinceros, tu permanente preocupación por la vida de la gente. Recuerdo tu voz sin aspavientos, tu tono en la medida justa, tu envidiable capacidad de reflexión sin un ápice de rencor ni malos modos. Tu saber ser y estar en modo cercanía, emocionada y emocionando, creyendo constantemente en todo lo que hacías. He ahí tu valor intangible más preciado, esa transparencia humana que tantas emociones conquistaba; tu ser en radical, donando la vida hacia los otros.

Te hacías querer y yo te quiero; te quiero y te recuerdo por los rincones modestos de mi casa. Te llevo en mi corazón de niño grande; en los recuerdos imborrables que me donaron tu grata y sincera compañía; en las distintas fotos que pueblan la retina y la memoria; en los gestos humanos que saben a conversación sincera y palabras que acompañan. Te quedas aquí, entre el silencio chiquito de esta estancia, a contraluz y con sones suaves de poesía; entre los libros que tanto acompañan, junto al minuto capaz que intenta describir lo que supones, al lado de esta modesta biografía que siempre tendrá el orgullo de haberte conocido y la que te admirará siempre, sin alharacas, ni obsceno ruido, al compás de una memoria que no olvida y el mayor de los respetos que tú te mereces. Gracias por tanto, Carme.

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El futuro es digital

El futuro es digital

Ya no se le escapa a nadie que el actual acceso a la información y a las distintas redes sociales, nos permite una capacidad de innovación nunca vista hasta la fecha, que sin lugar a dudas irá en beneficio de una creatividad mancomunada para ir perfeccionando el futuro digital en el que estamos inmersos.

Tenemos ante nosotros la gran oportunidad de hacer entornos más amigables y colaborativos, utilizando las distintas herramientas que internet y los distintos entorno digitales están poniendo a nuestros alcance. Pero si que es verdad que; a pesar de los continuos avances de la técnica y las distintas actualizaciones del inmenso software que crece a nuestro alrededor, nuestra misión, visión y valores ha de ir encaminada a un progreso más humano, sin fisuras, para lo cual tenemos a nuestra disposición todas las técnicas de la actitud y el lenguaje que sepan emocionarnos en todos y cada uno de los distintos mensajes.

El marketing digital tiene ante sí el reto de construir una labor pedagógica de cara a poder enamorar a los potenciales clientes y ello ha de hacerse desde la coherencia en la actitud, la apuesta por unos valores intangibles y el trabajo denodado por construir una reputación de marca que sirva de ejemplo para el buen hacer y la construcción sin fisuras del prestigio y la excelencia. Será válido en la creación de marca personal, así como en los distintos productos que queramos hacer llegar al cliente, teniendo presente que la labor principal es acompañar al propio cliente en su viaje de necesidades, ofreciéndole en todo momento la solución más honesta y la relación más duradera.

La disrupción digital hoy nos permite cambiar la propia interacción con el cliente. Hacerla más humana y cercana, basándola siempre en sus objetivos y necesidades. Y hay que tener en cuenta que el cliente de hoy es ya un prosumidor eminentemente creativo y en activo, con lo cual vamos a estar expuestos a su crítica constructiva permanente, donde con frecuencia se juega la lenta y complicada reputación conseguida.

Son tiempos de comunicación bidireccional y no jerárquica; futuro digital donde los mensajes elaborados tendrán que ir del corazón a los asuntos de la gente; espacios creativos donde el conocimiento particular de cada persona, se sumará a uno común que pueda hacernos más inteligentes y menos vulnerables. Retos del futuro inmediato que, con preparación y entrega, nos van a deparar muchas mejores soluciones y la creativa democratización de la participación de cada cual en las áreas en las que nos veamos más capaces. Tiempos colaborativos, más sensibles al consumo responsable y al cuidado de nuestras relaciones y de nuestro propio entorno.

El futuro, por tanto, es digital y, en palabras de Nelson Mandela: “Siempre parece imposible hasta que se hace”. De nosotros depende el esfuerzo en prepararnos para mejores y mayores competencias. Termino trayendo a colación otro aforismo de Mary Lou Cook: “La creatividad es inventar, experimentar, crecer, tomar riesgos, romper las reglas, cometer errores y divertirse”. He ahí el maravilloso manual para afrontar el futuro inmediato.

  • Artículo publicado en el Libro Blanco: ¿Creen que el acceso a la información y a las redes sociales nos hace más innovadores?.
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A Gabriel Cruz In Memoriam

A Gabriel Cruz In Memoriam

Querido Gabriel, niño de luz, que llevabas escrito en el rostro la bondad con la que la infancia se suele incorporar a la vida. Tu sonrisa limpia, capitaneada por una mirada feliz, construyendo sobre tu propia cara la metáfora tierna y profunda de la alegría.

Hoy te escribo rodeado de silencio nocturno, cuando tu esencia está ya en otras residencias, para pedirte perdón, como persona, por lo que te han hecho; porque nada de lo humano nos debe ser ajeno.

Has sembrado de emoción este mundo de adultos, con frecuencia frio y apresurado; has hecho brotar lo mejor de mucha gente anónima que, bañada en lágrimas, te han rendido su más sincero homenaje; nos has cundido la emoción por corazones en desuso y has sido el hijo común y celebrado que a través de su lenguaje no verbal nos ha devuelto al fondón enriquecedor de ser persona. Y te lo debemos a tí, porque como decía Ortega: “en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos”.

A tí, querido Gabriel, para que nos hagas comprender algún día el por qué de ésta sociedad alocada en la que nos dejas. Palabras que buscan el consuelo de tu injusta pérdida; el dolor ajeno que se hace partícipe del nuestro en ese mágico confluir que nos dona la empatía. A tí, querido Gabriel, para que nos enseñes a no odiar, a pesar de todo, comportamiento irracionales que chocan frontalmente con cualquier alma poética.

Aferrarse a las palabras para que ellas nos lleven, por la liana de los párrafos, hasta el rincón chiquito donde queda ya guardado tu sagrado recuerdo. Pedirle auxilio al lenguaje, para que acaso nos limpie esta pena infinita que tizna ya de impotencia y luto. Lograr transformarse con tu persona, en comunión con tu más tierna esencia, para que nos salves de tanta ignominia que tristemente nos rodea. Resistir para seguir viviéndote y transformar el llanto prematuro en apaciguada bondad; que tanto tú, como tus padres, habéis sabido transmitirnos.

Descansa en paz querido Gabriel, entrañable pescaito. Y sigamos construyendo sueños de utopía y almíbar para que la esperanza jamás se nos agote. A tí, a tu bondad, que tanto nos vive y repercute.

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Encaramando sueños

Encaramando sueños

Recuerdo siempre el despacho grande y deshumanizado, cómo un nicho cerrado de jerarquía y protocolo. Aquel espacio algo sombrío que, sin embargo, se exhibía en mitad del paisaje con una intención de poder macho y de ascendente distancia. Lo recorría cada mañana y observaba en él un punto concreto, preñado de conversaciones sistemáticas; de gestos hueros y muy calculados; de palabras residuales que parecían perderse en el espacio, muriendo de poca sustancia y menos significado.

No muy lejos de allí, observaba el perfecto azul cielo de Madrid, limpio y extenso, que desde aquella ubicación se ofrecía como una estampa conciliadora con el presente concreto y la propia naturaleza. Era como buscar un espacio más vivo donde recrear la mirada; un paréntesis de acontecer anónimo, luz sin fisuras, o tal vez la intención constante de pincelar sobre el momento un humano retazo de poesía.

Había llegado hasta allí después de algunas dentelladas de la vida o, si se quiere, de la circunstancia orteguiana que a cada cual le corresponde y que, sin esperarlo, de completo improviso, de repente toma otro rotundo cariz para atravesar la rutina de los días y te devuelve al sobresalto y a la inseguridad de un futuro inmediato que no eres capaz de controlar. Pero también es verdad que, previamente, se había forjado un pacto tácito de amistad y camaradería; de tiempo compartido e ideales que sabían a néctar de sueños; de sonrisas y complicidades; de instantes creativos y esas cosas. O eso pensé yo en el primer momento, a modo de incurable niño grande, con más dosis de honestidad que de realismo, hasta que el propio acontecer se dió de bruces conmigo; o viceversa, que creo que así se nomina de manera más precisa.

A media mañana, de una mañana muy precisa, fui citado de improviso en aquel despacho protocolario y frío, nicho de poder en modo macho; como ya queda dicho, y al cerrar la puerta tras de mí iba a asistir a toda una representación de soberbia infinita que, por unos instantes, hasta pensé que se transmutaba en puro odio. Se me comunicaba el cese con palabras muy poco metafóricas, de manera muy rápida y también harto premeditadas. Se sucedía, por tanto, una acción muy calculada, y quien lo hacía se encargaba de acelerar la voz y el pulso, como si en aquella acción tan poco estética, se le fuera subiendo hasta las galerías del cerebro un himno rotundo de mando en plaza, a cuyas bridas se acogía con más fuerza. Cabalgaba por aquel gesto con soltura, sin un ápice de intención que reblandeciera el rostro; al contrario, noté que hasta los ojos también le subía una rabia fuera de sí que se iba transmutando en pura inquina.

Y entonces, mientras asistía a aquella escena tan poco amigable y decorosa, me iba preguntando de qué esencias sutiles estaría hecha el alma humana y, si acaso, a qué oscuros vaivenes obedecía aquel capricho tan salvaje; porque lo que estaba claro es que aquello nacía de un capricho, sin causa justificada, que son los caprichos de los personajes que pasan su vida tratando a las personas como objetos. Caprichos de gente consentida hasta la médula, y también vacíos hasta la propia raíz mineral de sus esencias, huyendo constantemente de si mismos, rodeados de humo y de carencias.

Observaba la escena con una compasión no calculada; no daba crédito a lo que allí acontecía; me era complicado asimilar aquel comportamiento cínico y bipolar que, de la risa protocolaria y de manual social aprendida en dos tardes, tornaba a la voz fuera de sí y al aquí mando yo y santas pascuas. Y al finalizar aquella escena tan dramática, impúdica y de nulo estilo, me marché obedeciendo las estrictas órdenes de un personaje de principios reversibles. Eso si, a los pocos pasos bañé mi rostro con leves y repentinas lágrimas, mientras me acordaba de la voz de Lorca: “y lloro porque me da la gana”.

Ahí te quedas, pensé, con tu personalidad repleta de astucia en la recámara; con tu sueldo descomunal e inmerecido; con tus constantes prisas para llegar siempre a ninguna parte; con tu cinismo vitalicio y tu yoismo hambriento de pose y primer plano. Te quedas con tus carencias más profundas; con tu risa de plástico que se dibuja en dos minutos; con tu saludar por jerarquías; con tu continuo medrar para seguir mimando tu zona de confort. Ahí te quedas, pensé, con tu mentira en costra; con tu permanente personalidad mirándose el ombligo; con tu soledad más honda; con tu proceder injusto y a sabiendas. Y me marché, sigiloso y tranquilo, tachando a aquel personaje dañino del altar chiquito de los imprescindibles. Al fin y al cabo, no podía destituirme de la vida, donde seguía y sigo encaramando sueños.

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